27. ene., 2017

El restaurante del "Bairro Alto", Lisboa.

Hay quien viva para comer y quien coma para vivir… No creo que pertenezca a ninguno de ellos, pero a veces no tengo ganas de cocinar o siquiera calentar algo en el microondas. Esos días, dependiendo del humor, la compañía o las finanzas, voy a algún restaurante. No me importa ir a un bar, una taberna o porque no un restaurante de moda siempre y cuando la comida valga la pena.  En una de mis visitas a Lisboa pase delante de algunos de los restaurantes de moda y incluso intenté cenar en uno, pero claro, sin reserva previa no había mesa… Andando por aquí y por ahí acabé en pleno “Bairro Alto”. Aquí se concentraron hace años muchos bares y restaurantes, locales pequeños pero con su encanto. Pasé delante de uno que en su día me gustaba, “Cabaça” y una vez mas no entré ni hice el intento. La gente que esperaba en la puerta de esta antigua taberna me quitaba las ganas… Reconoci otro restaurante muy pero que muy pequeño, donde había comido, bastante bien por cierto, pero seguí caminando buscando algo sin saber bien el que. Sin esperarlo me encontré delante del “Alfaia” donde no entraba hacia catorce años. De este guardo buenos recuerdos, cenas con amigos, cumpleaños... y sobretodo, buena comida! Una de las imágenes con que me quedé es la de un camarero preparando el pescado para servirlo. Veía encantado, como le quitaba la piel y espinas para colocarlo en mi plato respetando la forma original. Todo iba sobre ruedas hasta el momento en que cuando se preparaba para colocar el siguiente lomo se dio cuenta de que había cambiado la posición de uno de ellos.  Me pareció que sudaba ligeramente mientras pensaba como componer aquel fallo sin tocar el que había colocado y lo logró. Volver aquí era algo que había pensado en mas de una ocasiñon, pero no surgía el momento. Esta vez no iba a dejar pasar la oportunidad, así que entré y pregunté por mesa para dos. La suerte me sonreía y por fin ibamos a cenar.  La decoración seguía igual. Paredes en tonos crema, suelo de mármol con el desgaste de los años, sillas de madera de lineas modernas y lamparas de cristal soplado y hierro, recordando racimos de uvas, y muchos recortes de prensa. A mis espaldas una enorme placa de mármol de finales del siglo XIX, recuerdo del restaurante primitivo. El servicio no me sorprendió porque seguía igual. Camareros pendientes que aparecían cuando debian para servir el vino o cambiar los platos. La cocina también se portó bien y eso que el local estaba completo. No esperamos mucho y en términos generales la calidad y presentación excelente. El menú tiene como base la comida tradicional portuguesa, a la que le transmiten su toque personal. Un local muy agradable,  y precios aceptables donde vale la pena volver!